miércoles, marzo 14, 2012

Un día de Agosto


El día que me fui me besó y me dijo cuídate con una pena contenida. Luego armé un bolso con las pocas cosas que se me ocurrieron necesarias. De alguna manera parecía ser solo una situación momentánea, pero presentía que era terminal. Me despedí de los niños como si se tratara de un viaje de ida y vuelta. Me subí a la camioneta y lloré. Lloré sin sollozos durante largos minutos manejando sin rumbo. Me sentía miserable y poca cosa. Ese sentimiento, a ratos, todavía me acompaña, aunque ahora lo miro con sospecha. Pasaron los días, más malos que buenos, y el mandato era buscar alguna certeza. Algo de donde aferrarse. Recordé algunas risas que hoy me dan escalofríos por lo que no vi, no vimos.
Siempre dijimos, entre risas, que “en este matrimonio, la mina soy yo”, y, como es obvio, no vimos el mensaje que subyacía en esa afirmación. La precaria vulnerabilidad que significaba esa posición en la que dejamos nuestro matrimonio. Los roles, a veces, muchas más veces que las que creemos, juegan a las escondidas y no logramos percibir cuan peligroso puede ser equivocar la óptica. “La mina soy yo”, ¿Qué papel juega esa declaración cuando por debajo de la mesa se inmiscuye, aunque no se diga, el rol de proveedor?. ¿Dónde se refugia entonces lo que parecía tan fácil?.
Han pasado los meses. He tenido que aprender, a la fuerza, a vivir con mi soledad. Pienso si ella hará lo mismo. Si acaso en su cabeza solo seré un largo mal rato.
Miro hacia atrás y me acuerdo de ese beso de despedida, el último que recibí, y me pregunto qué pasó después.

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