lunes, octubre 03, 2005

Por cuenta propia - La patria era mi religión

Sucedió que la piel viajó a perderse
en un par de frutas nuevas,
y mis espejos - los de antes -
escanciaban rubores y susurros.

Dios dejó cuentas pendientes
y no hubo con que pagar.

Procuré tener a mano algunos adjetivos,
para no extraviar las corazonadas,
las banderas desplegadas a última hora
resumían el día entre vinos y promesas.

Morir a golpes en la vereda,
quemado en un asomo de gracia,
crucificado en un error de cálculo
incrustado en la última bala,
inmolado en día de guarda,
o certificado a culatazos
era, a penas, un archivo de homenajes mudos
y canciones mortuorias.

Mis músculos renunciaban
a tenerme en cuenta
y en la quietud de cada diástole
la ciudad me llamaba a gritos.

De allá para acá
las esperanzas mutaron en historias oficiales,
en verbos en cautiverio,
en paréntesis puestos a despistar los espejos.

Y Yo en la mitad de mí.

Flores calientes me brotaban
como amagos de ironías posibles.

El coraje fue sólo un olvido en fuga,
cosas que hacían falta;
la vergüenza necesaria,
para no olvidar la ceremonia de la muerte.

Entretanto besé a quien no debía
y me condenaron a sacarle punta al lápiz.
Me trepé en la traición,
en la insolencia de un ciego
que mira de costado.

No pudieron odiarme,
la tierra no era redonda
y era usual
que se me cayeran los dientes.

No todo resultaba bien,
los amigos apuraban sus sueños
y a mi - otra vez -
la voz no me alcanzaba.
El país era un error,
un milagro sin hijos.

Los ojos del dolor no eran ajenos:
Rodrigo Rojas de Negri
ardía entre neumáticos
la noche esa en que me sobró la vida.

En la urgencia de mis anhelos
eché a andar en puntos suspensivos...
ergo postulé a un punto y coma;
los signos de interrogación hicieron de las suyas.
Entre paréntesis se hizo la luz (a dentelladas)
y me esfumé allá como un cometa silábico
entre verbos de poca monta
y diptongos paranoicos,
inventé un lugar donde poner el acento,
y me sentí invencible.

La patria era mi religión.

viernes, septiembre 30, 2005

LA POESÍA NO SIRVE PARA NADA

que no se piense
que la poesía sirve para algo.
de partida no sirve
para levantar un alzaprima
y menos para calentar la pava.
la poesía,
así a golpe de machete,
sirve para eludir la comunión
y trapear la cocina.
que no piense
que quien escribe
genuflexa el heroísmo,
nada de eso
quien escribe lo hace
mientras mastica pan
y circunda el borde de la mesa
como una mosca taciturna.
la poesía no sirve para nada,
ni para remendar el abrigo,
ni para sobarle las nalgas a alguien.
no tiene norte, ni sureste.
divaga entre frascos vacios
y eructos verborreicos
buscando donde evacuar la vejiga
y aún así mea sin elegancia alguna.
no sirve para nada
tampoco para olerse la axilas,
pero es un buen lugar
para dejar los malos hábitos
y la leche agria.
no sirve ni para no servir,
es una inutilidad sumamente útil
para reparar lo irreparable

miércoles, agosto 10, 2005

DISCURSO BUFFALO'S AWARD 2004

Por primera vez en todos estos años tengo bastante claridad respecto de cómo empezar este discurso de apertura, sin embargo no me sale. ¿Será que entre la dicotomía de mis buenas nuevas y las malas horas de otros no doy con el adjetivo adecuado?, ¿será que en realidad nada es tan malo ni tan bueno, y que sé yo...que así es la vida?, ¿será qué entre tanta mala memoria nos hemos olvidado de uno que otro año bueno?. No tengo las respuestas, apenas las preguntas, así que vamos por partes. Bien se sabe que no creo en nada, para empezar no creo en mi, pero no como una zancadilla a la autoestima, sino más bien como una manera de mantener un cable a tierra. No digo nada nuevo, bien se sabe – repito – que toda creencia parte por la negación del yo, y Yo no estoy para salidas de madre. No creo en la fuerza bruta, más bien en la bruta fuerza. No creo en la inteligencia como forma de vida, ni en el intelecto como mecanismo de defensa. No creo en la estupidez orgullosa como analgésico del agotamiento. No creo en la lógica utilitaria cuando de corazones maltrechos se trata la cosa. No creo en Dios, disculpen si soy majadero. No creo en ángeles predicadores justo cuando me duele lo que nunca antes me había dolido. No creo en lo que oigo así no más como viene. No creo en la acrobacia del que nunca queda mal con nadie, aunque las más de la veces sea yo mismo. No creo en el sufrimiento útil, siempre se puede estar peor. No creo tener respuestas adecuadas para no creer, sólo tengo la certeza de que la memoria puede ser el testaferro de la mala fe. La que nos obliga a guardar las pequeñas buenaventuranzas para las uvas y el champagne, cuando debiéramos celebrar a cada rato y no en cada muerte de obispo. Así que los invito a celebrar. Celebremos que todavía podemos hacer y deshacer el amor. Celebremos que la risa aún nos deja entrar en su casa. Celebremos que hay alguien en el mundo que piensa en nosotros. Celebremos que nadie nos ha quitado la posibilidad de besar a nuestros hijos. Vamos a celebrar que alguna vez Don Jorge Roubillard compartió sus vinos con nosotros. Celebremos también nuestras pobres vanidades como una forma de quitarles el aire. Vamos a celebrar que Doña María Angélica Rouret dejó en su hijo la risa como remedio infalible. Celebremos nuestras cobardías y nuestros desamparos hasta que se desangren . Vamos celebrar que Don Rafael Fernández se las sabía todas y jamás se le notó. Celebremos cada torpeza, cada mezquindad a ver si las dejamos en evidencia. Vamos a celebrar que Harry Williams se ríe de nosotros con profundo cariño. Celebremos nuestras maldades, nuestras falsas lágrimas a ver si se nos caen encima. Vamos a celebrar que Don Marcelo Malbec supo dejar su medio pollo. Celebremos los prejuicios, los malos hábitos hasta que nos de vergüenza. Vamos a celebrar que Doña Marta Uriarte todavía cree que el Laly es una joyita. Celebremos cada ofensa, cada herida hecha con rencor hasta que duela tanto como mascar una piedra. Vamos a celebrar que Doña Gabriela Ballacey aún quema el pan todas las mañanas. Celebremos que siempre podemos hacerle la vida imposible a alguien, a ver si se rompen los espejos. Vamos a celebrar a Don Eugenio Barros porque sí, así sin más. Celebremos que en horas inciertas tú eres mi hermano del alma realmente el amigo que en todo momento y jornada estas siempre conmigo. Que aunque eres un hombre aún tienes el alma de niño, aquel que me da su amistad su respeto y cariño, y no cambias por duro que sean los tiempos. Tú eres realmente el más cierto en horas inciertas y me dices verdades con frases abiertas. No preciso decir todo esto que te digo, pero es bueno sentir que eres tú mi gran amigo. Vamos a celebrar de una vez y para siempre con los abrazos que cada año nos debemos.

miércoles, julio 27, 2005

A MIS AMIGOS

Los tiempos están cambiando y no es muy novedoso lo que digo, lo grave es a nadie le importa mucho reparar en que construimos un discurso de imaginarios, donde todo parece que está resuelto y con eso basta para la fascinación de una promesa donde todo es posible. Con esta praxis la memoria, la razón antropológica de lo que somos y de lo que nos falta, se va poco a poco transformando en una realidad construida previamente, sin que nos detengamos a pensar si es real o un mero ejercicio mediático.
Es probable que los tiempos no estén ávidos de discursos autocomplacientes, y menos, menos aún de frágiles misericordias, pero, como a porfiado no me gana nadie, hoy quiero abrirle un espacio a la memoria, esa campana testaruda que nos sacude la modorra de vez en cuando. Quiero abrirle camino a la nostalgia, pero ya no como un testaferro de un pasado difusamente glorioso, sino como una manera de refrendar este presente turbulento que en estos últimos tiempos las más de las veces me deja auscultando el espejo en busca de razones y buenas nuevas. Es así que hurgar en el dolor, en la angustia - esa vieja que colecciona moralejas - se me ha hecho un hábito con el paso cambiado, un ejercicio de tira y afloja en esta pasada por la vida que me toca defender. Refugiarse en la fe puede ser - en mi caso - como tomarse una casa vacía, y definitivamente no le veo ni los dientes. Creer que algo puede abatirme la esperanza, sería una medida probable sino fuera porque me niego a borrar la huella de mis años. Los años se nos vienen sin descanso, y la vida a veces es una mala maniobra, pero también es esa esquina que doblamos sin darnos cuenta, sin saber que había un gesto, una calle donde enterrar el mal agüero. En fin, que no somos cadáveres sin etiquetar, que hay una memoria que nos sostiene más allá de la historia que escribimos día a día, y es a esa memoria a la que he recurrido en estos días donde el útero de la angustia me anda orillando las ganas. Recordar para empezar que soy lo que soy gracias a los que han crecido conmigo, a los que han bendecido mis silencios, a los que han coleccionado mis letanías, a los que han compilado mis torpezas, a los que han buscado mis ratos y mis acogidas, a los que han hecho caso omiso de mis soberbias, a los que han compartido un paleteo, una cannabis apurada y culpable, a los que me han hecho cómplice de sus tristezas, a los que han vuelto con la misma esperanza, a los que han dado con una segunda voz, a los que aún siguen trepando el mismo río, a los que, otra vez, aburro hasta más no poder, a los que ni se inmutaron cuando alguna vez se me pasó la mano, a los que aún en la mitad de una desilusión han sabido poner la otra mejilla.
Esta vez durante largos segundos y breves horas sentí que me estaba quedando solo, huelga decir que el desamparo es un cuchillo sin rumbo, sordo y mudo, que va y viene como una muerte indolente y mordaz. Al mundo nada le importa, pero a mi la vida no me tuerce ni me muerde, porque para reparar el paso mal andado están los que han masticado la misma piedra de mierda conmigo, mis amigos personales: Matías, Kike, Jorge, Eugenio, Sergio, Eduardo y Mauricio.
Gracias en nombre de la memoria.

AMAR

AMAR

Las relaciones humanas se ordenan desde la emoción y no desde la razón, aún cuando la razón dé forma al hacer que el emocionar decide. Entonces el designio “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”, no es un mero antojo o un fin en si mismo, sino una forma de vida. Estamos regidos y obligados en el amor, sin embargo parecemos negarlo y dejarle sólo el breve espacio que ocupa el enamoramiento, como si amar fuese sólo una manifestación de la memoria emotiva que a veces nos sacude la pasión. Si aceptamos que todo lo que hacemos en el día a día está gobernado por la emoción, esto es, la agitación del ánimo producida por ideas, recuerdos, sentimientos o pasiones, y que la tolerancia, la renuncia, el respeto, el sacrificio, la prudencia y todas las decisiones, conscientes o no, que tomamos a cada rato, son manifestaciones racionales estimuladas por la emoción que nos provoca el contacto con los otros, podemos concluir que amar es el hilo conductor de todo cuanto somos.

No te quiero sino porque te quiero
y de quererte a no quererte llego
y de esperarte cuando no te espero
pasa mi corazón del frío al fuego.

Ese amor que invade los espacios, ese que instala bandera sin permiso por un buen rato en nuestras vidas, ese que fue un fuego impertinente, el magma del inicio, es hoy el motor que nos lanza a la vida, y no una suma de hechos aislados como brotes de maleza. Porqué amamos? o Porqué nos aman?, parecen preguntas meramente románticas para poetas trasnochados o enunciados ditirámbicos para una aburrida charla de Sábado por la mañana, con café aguado y bostezos culpables, pero si le damos otra vuelta de tuerca a lo evidente y miramos el amar ya no como una expresión predecible de nuestra convivencia, sino al revés como una manera de aceptar todas las dimensiones del otro y en consecuencia legitimar la convivencia con uno, concluiremos en que el amor, y también su negación, no es la sublimación permanente de la experiencia amatoria, sino todo aquello que conduce a ella.
Los odios, la cortina del baño, las rabias, la reunión de colegio, los miramientos, la cuenta del gas, los reproches, el almuerzo del Domingo, los orgullos, las medias corridas, las admiraciones, las toallas mojadas, las alegrías, el dolor de cabeza, las penas, el auto sin bencina, los hijos, el cloro para la piscina, los rencores, los ronquidos, los besos, las llaves que gotean, los olores, los niños con fiebre, las peleas, los agarrones a mansalva, los abrazos, los malos modos, las caricias, el pan del desayuno, los arrebatos, el sexo a escondidas, los empeños, la falta de plata, las metas, el sexo a descampado, los egoísmos, las vacaciones cortas, la gratitud, la leche con nata, la madurez, todo cabe en el amor, porque el amor no tiene trabas, ni cortapisas, porque clama independencia y de ella depende.

jueves, marzo 17, 2005

Por cuenta propia – carta de ajuste

Yo crecí en callejones sin salida
y albóndigas caseras
entre manzanas y japoneses
que pulían mi estima
Y mis dientes.

Me trepaba en miramientos,
en árboles flacos
como la risa de las lagartijas.

Cataplasmas para la tos
y bicicletas fugaces
a la hora de la siesta.
Puñetes timoratos
y pedradas equidistantes;
salvaguardas
en la plenitud de la valentía.

Fundé a contramano
una pasión desarticulada
por los pelotazos y los rosales.
Horas de quejumbres
y derrumbes
en el infinito hijismo de mi madre.

Cargué mayorazgos y circunstancias,
como cicatrices pululantes
en la sospecha de mis primeras dudas.

Obligado al pudor,
la oscuridad fue un reto cómplice
a la hora de las plegarias
fugitivas y peristálticas.

Alquimia de mis pulmones
fue crecer a mansalva
en la vacuidad pegajosa del éxito.

Huí de los espolones, como de los gatos.

Rarezas y certezas
me alzaron hasta la hipocresía
en la premura del amor urgente.

A la izquierda
mis vecinos;
los ojos negros
pañuelo y lágrima
que reconstruyeron la ciudad
a
peñascazos.

Sumido
en la pequeña llama de mi orgullo,
la voz
no me alcanzaba
para encaramarme a ver si el mar
me traía otras palabras.


Luego - sin despistes -
cachetazos de des-amor
y huesos nuevos para crecer
sin mapas ni albañiles.

Rebeldía de los andamios.
Letras impúdicas que no supieron
de verbos
ni diluvios.

Odie las risas.
Me sobraron las moscas
y las lupas.
Recogí:
Siluetas y rodillas,
muecas candentes,
timbres infernales.

(Dónde estaban las ventanas?)

Me amaron?,
Si,
me buscaron entre los árboles,
pero yo andaba
midiendo el largo de mis uñas
con la voluntad
de un tren escarchado.

Ame?,
No lo sé,
solo rastros,
resabios de alpiste
y sudores diminutos
que no daban con las notas.

(siempre llegue tarde)

Una mañana,
que recuerdo como mi voz,
exhumé un grito
y salí a afinar los ríos,
a merodear los pianos.
Y crecí entra cantautores y estertores,
orillas de guitarra,
palabras encumbradas en semicorcheas.

La poesía me trajo a mí,
y me dibujé otra cara.

Más temprano que tarde
la vida se me vino encima
la mayoría de las veces
fue una certeza venida a menos,
otras, pelos nuevos en la espalda
y viejas puertas que ya no abrían.

Era sólo una carta de ajuste.

Carta testimonio de una pena inconclusa

Ese día yo todavía tropezaba con mis brazos, mis hombros eran un horizonte pequeño pero efectivo. Ciertamente mientras del pasaje a la cancha había sólo un sudor de por medio, en otras casas las cicatrices jugaban sus descuentos.
A mi nadie me preguntó hacia donde mis torpezas viajaban a quemar sus penas, a mi nadie me dijo que el espejo de la tristeza podía ser tan lapidario, a mi nadie me buscó esa noche cuando mi vida se mutó en cajas negras y excusas pestilentes.
Ese día yo aún mordía la orilla de la infancia y mis largos sueños eran un montón de viejas niñerías. La culpa de vivir, la razón del pecado, aún no merodeaban mis calles. El daño era un rasguño poca cosa en la fortaleza de mis convenciones, las malas palabras cabían de sobra en el arrepentimiento.
A nadie culpo, pero hasta ese día, yo juraría que los ojos me brillaban porque sí. Hasta ese día, y me demoré 25 años en entenderlo, yo vacilaba entre mis matchbox y música libre, yo saltaba de la rebeldía al enfado, yo de las arterias ardiendo a las manos frías del cinismo. Y de sopetón la vida; un cachetazo imprudente que me sacó al descampado. De repente me dejaron donde no había ni demonios, y mis pequeños ángeles aún crecían conmigo.
Una pena inconclusa, sin avisarme, de pronto me atravesó desde el hipotálamo hasta el tendón de Aquiles, y no pude menos que ir del olvido perezoso y pedante al dolor urgente como una tristeza que se muere de muerte.
Mi padre me miraba desde la esquina de su vergüenza, sin saber por donde mis sueños naufragaban; pálidos, timoratos y amarillos. Mi madre acurrucada en el mejor de mis lados, me ayudaba a levantar los andamios para lo que quedaba en pie. Mis hermanos, puestos de aquí para allá, afilando un dolor horroroso pero colectivo, mientras yo intentaba descifrar, a solas, la cara implacable del desamor.
A veces, a veces todo es un error.
Ese día de Diciembre de 1976 me condenaron a desterrar las breves sonrisas del entusiasmo, y a pretender que yo era lo suficientemente mayorcito para desechar las sospechas y masticar el hueso de la verdad sin quejas ni ulteriores malos entendidos. Y así, a la buena de Dios, aunque jamás nos carearon, para separar la paja del trigo, me largaron a vivir la pena de la vida cuando yo recién emergía de la alegría de las bicicletas y los palitroques.