jueves, noviembre 23, 2006

CREO EN MI

Creo en mí
a pesar de mis malos hábitos
a contramano con mis porquerías
creo en mí
en mis inútiles vacilaciones
en mis oportunas hipocresías
creo en mí
porque sangro como sólo yo sé hacerlo
porque me soporto mejor que nadie
cuando ese que soy yo
cobija el delirio
de una oración redentora
a pesar de cierta soberbia impúdica
creo en mí
como creo en la risa mortuoria
esa que renueva la pena sin sentido
esa que resuena en la mierda que soy
cuando me vengo en juegos de egolatría
creo en mí
porque se hace necesario
porque hay que darle cuerpo a la imbecilidad
sin temor a quedar en deuda
creo en mí
porque a cada rato
cuando llaman a cambiar de piel
a mutar la tontera
presto estoy a despellejar sin asco
el camino mal andado
creo en mí
porque afortunadamente voy a morir
sin aspavientos
creo en mí
porque no creo en mi
ese es el dato a saber
la verdad desnuda y su minúscula razón
no hay mucho más
ni menos
que resumir de mis entrañas
soy un corazón fraguado en la tristeza
flores pavoridas
que no buscan sol alguno
apenas un instante de gloria
que venga con sus murmullos
a dejar el pan cada mañana
creo en mí
majaderamente
porque en esto soy yo
y nadie más
y no es una bandera de lucha
es la fe del carbonero
en el despeñadero del gozo
y es que he visto hombres grandes
arrastrando su llanto
como cadáveres eternos
con el peso atávico de culpas ajenas
que los ata a la vida
como el hierro hirviendo en la piel
del inocente que aún no aprende a amar
creo en mí
los lunes y lo jueves
y a veces a mediodía
y en otros ratos oscuros
que de porfiado cargo con la porfía
creo en mí
y me sufro
en el agobio en la alegría
en la paciencia en el abandono
en la lujuria de vivir;
creo en mi.

TRAICIÓN

El 15 de Agosto de 1983, sin saber cuando ni como, sellé una parte de mi vida e hice de la nostalgia y la culpa un hábito perenne. Ese día entre maquetas, planos y bocetos que me importaban tanto como la reproducción de los elefantes, besé a quien no debía, mejor dicho me dejé besar, lo que es peor, y me sumergí en la traición. No pretendía nada, apenas una mañana de grata compañía. Un rato para divagar entre mis carencias y un par de ojos que me obligaban a mirar para otro lado. Ella era a ratos un ser de otro mundo que engendraba en mí fantasmas nuevos, o antiguos que a estas alturas viene a ser lo mismo. Descubrí en su mirada una voz que creía perdida y como un animal maldito que busca la muerte terminé por rendirme dulcemente a sus labios. Yo no quería, mejor dicho no vislumbraba ni remotamente la chance de perseguir su beso tierno, sin embargo no luché y menos aún rechacé la propuesta que saltó por mí como un deseo condenado a perderse para siempre en la boca chueca del que sabe que enarbola el desamparo. Cuando me detuve a respirar ese aire que me devolvió la vergüenza fétida del culpable, ya era tarde, y claro, el afán era un dolor fugaz pero implacable que supo con certeza que todo se iba al carajo en el instante mismo en que decidí que con ella seguía hasta que se terminara la culpa o perviviera el amor. Eso sí, creí oportuno enfrentar los hechos y aceptar en público que algo no esperado estaba pasando entre ella y yo. Mala idea urgir con la buena voluntad a quien sospecha que algo anda a los tumbos. Se prendieron todas la alarmas y no quedó por donde levantar una excusa, menos una razón poderosa,. El daño, esa herida que hierve en el hipotálamo, ya ocupaba todos los rincones y el goce de amar fue apenas un refugio sin horizonte, una inocencia torpe que no cabía en el perdón. Y así fue no más, de las copas llenas pasé al espanto de la traición que me acompaña hasta hoy.