Que decir?. Que el descampado que se interpone entre tratar de mutar ciertas nociones atávicas en el ser macho, frente al sacudón de solapas que nos ha traído la razón de ser mujer hecha corazón y vientre, se ha vuelto un derrotero plagado de despistes, aún cuando lleno de franquezas (gracias Benedetti). Decir que la certeza, esa que era la piedra angular hasta hace poco, hoy es apenas un murmullo que pervive sin mucho más que tibias ganas. Decir también que no sé muy bien por donde entrarle a cierta manera de ser hembra que me tiene con la boca seca y desandando los meandros que me trajeron hasta aquí. Decir que ser lo que soy – hombre, macho, padre, hijo y espíritu poco santo, a mucha honra – no es un martirio, ni menos un deseo inexplicable. Es, que duda cabe, un fruto para lucir en la puerta de la casa. Empero, de un tiempo a esta parte la orden del día es andar rumiando una suerte de culpa, vaya uno a saber porque. ¿Será que en parte ser hombre no está de moda?, y no lo digo desde el rencor, menos desde la envidia. Lo digo desde la profunda incertidumbre que me causa esta urgencia de construir una relación con el género femenino, ya no desde las alzaprimas que nos heredaron nuestras madres (nuestros padres hicieron bien poco), sino desde el vientre – palabra fundacional – que parió a nuestros hijos, o más complejo aún desde el vientre que parirá a nuestros nietos. No es fácil desembarcar en estas tierras intrépidas que se mueven constantemente.
De acuerdo no lo hemos hecho bien, pero como no puedo responder por los demás me hago cargo de mis errores, de mis malas horas, de mis estúpidas epifanías. En esto de ser, la mayoría de las veces uno anda a tientas y pretender que, junto con simplemente ser, uno logre empalmar con cada puzzle que se pone por delante es esperar mucho de un humilde servidor.
Andar la vida ya es en si mismo un no-posible cuando se impone como un deber, como un carta de navegación escrita en piedra. Resulta que los que llegamos para vivir en la medida que la vida nos propone – entendiendo que la vida se cruza con la de otros – estamos al borde del colapso perenne, porque la reivindicación del otro se atraviesa en cada esquina y se hace imposible eludir cada paso, cada beso puesto a prueba, y si ese otro es mujer, madre, hija, compañera, el tranco se ha vuelto una carrera de obstáculos donde las pistas no existen; hay que buscarlas en corazones a veces duros, a veces sin regreso.
No es esto una carta de ajuste, es el grito de uno que se tortura para dar con el dialecto hecho sangre que me permita diluir el arrepentimiento pues no tengo culpa, hasta poder encontrar ese pasadizo que la historia nos ha puesto por delante y reclamar el lugar donde dejar la vida esperando el justo descanso. Porque no reniego de lo que soy, quiero que bajo estos pies podamos seguir juntos enhebrando la celebración de estar vivos.
miércoles, noviembre 05, 2008
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4 comentarios:
Magistral.
tanto así??
chas gracias
y, SI.
"Empero, de un tiempo a esta parte la orden del día es andar rumiando una suerte de culpa, vaya uno a saber porque. ¿Será que en parte ser hombre no está de moda?, y no lo digo desde el rencor, menos desde la envidia".
Qué curioso, desde hace poco ando con la misma sensación de culpa, pero desde el otro lado. Conocía tu blog desde hace rato, Carlos, y no me animaba a postear. Qué bueno que vino Ulisa de vuelta. Abrazos.
La Liza.
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