sábado, octubre 20, 2012

Nada que decir



Hubo un tiempo en que no le importé a nadie. Hubo largos ratos en los otros tampoco me importaron. Un tiempo en que buscaba un nombre en odiosas esperas en los hospitales. Momentos eternos en que olvidé como se llamaban las cosas y las nombré a mi antojo. Así, el pan con mantequilla fue el hambre sin apellido y la sonrisa ajena una mueca fácil. Y anduve sin cuidado rascándome la cabeza entre largos brazos que no me tocaban. Hubo un tiempo donde escribía en papel de diario y dejaba la tristeza reposar en el vientre de mujeres que nunca supe si iban o venían. Los otros eran una madeja, un muro de ruidos sin movimiento y el silencio era la piedra donde poner a secar la sangre. Luego las cosas fueron hablando y reclamaron por su nombre. Así ya nadie respondía a mis gritos. No se sabían en mis palabras y fui de ojo en ojo bautizando cada letra, cada oración, cada epifanía. Y los otros me vieron desnudo y falaz. Hubo luego un tiempo donde fui visto en exceso, pero mi corazón rugía en otro cuerpo. Quise ser como ellos y me vestí de otro. Anduve entre zapatos con taco y agujas hipodérmicas besando manos hermosas como la muerte heroica. Puse mi dedo índice en esa boca (la tuya) y los otros vinieron a buscarme. Hube de votar por sus candidatos y cantar a degüello en sus templos. Me llevaron a sus vendimias y todos me vieron destrozar la uva de la soledad. Luego fui otro, según creí, hasta que llegaste tú y todo me importó un rábano.

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