Hubo
un tiempo en que no le importé a nadie. Hubo largos ratos en los otros tampoco
me importaron. Un tiempo en que buscaba un nombre en odiosas esperas en los
hospitales. Momentos eternos en que olvidé como se llamaban las cosas y las
nombré a mi antojo. Así, el pan con mantequilla fue el hambre sin apellido y la
sonrisa ajena una mueca fácil. Y anduve sin cuidado rascándome la cabeza entre
largos brazos que no me tocaban. Hubo un tiempo donde escribía en papel de
diario y dejaba la tristeza reposar en el vientre de mujeres que nunca supe si
iban o venían. Los otros eran una madeja, un muro de ruidos sin movimiento y el
silencio era la piedra donde poner a secar la sangre. Luego las cosas fueron
hablando y reclamaron por su nombre. Así ya nadie respondía a mis gritos. No se
sabían en mis palabras y fui de ojo en ojo bautizando cada letra, cada oración,
cada epifanía. Y los otros me vieron desnudo y falaz. Hubo luego un tiempo
donde fui visto en exceso, pero mi corazón rugía en otro cuerpo. Quise ser como
ellos y me vestí de otro. Anduve entre zapatos con taco y agujas hipodérmicas
besando manos hermosas como la muerte heroica. Puse mi dedo índice en esa boca
(la tuya) y los otros vinieron a buscarme. Hube de votar por sus candidatos y
cantar a degüello en sus templos. Me llevaron a sus vendimias y todos me vieron
destrozar la uva de la soledad. Luego fui otro, según creí, hasta que llegaste
tú y todo me importó un rábano.
sábado, octubre 20, 2012
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