Los tiempos están cambiando y no es muy novedoso lo que digo, lo grave es a nadie le importa mucho reparar en que construimos un discurso de imaginarios, donde todo parece que está resuelto y con eso basta para la fascinación de una promesa donde todo es posible. Con esta praxis la memoria, la razón antropológica de lo que somos y de lo que nos falta, se va poco a poco transformando en una realidad construida previamente, sin que nos detengamos a pensar si es real o un mero ejercicio mediático.
Es probable que los tiempos no estén ávidos de discursos autocomplacientes, y menos, menos aún de frágiles misericordias, pero, como a porfiado no me gana nadie, hoy quiero abrirle un espacio a la memoria, esa campana testaruda que nos sacude la modorra de vez en cuando. Quiero abrirle camino a la nostalgia, pero ya no como un testaferro de un pasado difusamente glorioso, sino como una manera de refrendar este presente turbulento que en estos últimos tiempos las más de las veces me deja auscultando el espejo en busca de razones y buenas nuevas. Es así que hurgar en el dolor, en la angustia - esa vieja que colecciona moralejas - se me ha hecho un hábito con el paso cambiado, un ejercicio de tira y afloja en esta pasada por la vida que me toca defender. Refugiarse en la fe puede ser - en mi caso - como tomarse una casa vacía, y definitivamente no le veo ni los dientes. Creer que algo puede abatirme la esperanza, sería una medida probable sino fuera porque me niego a borrar la huella de mis años. Los años se nos vienen sin descanso, y la vida a veces es una mala maniobra, pero también es esa esquina que doblamos sin darnos cuenta, sin saber que había un gesto, una calle donde enterrar el mal agüero. En fin, que no somos cadáveres sin etiquetar, que hay una memoria que nos sostiene más allá de la historia que escribimos día a día, y es a esa memoria a la que he recurrido en estos días donde el útero de la angustia me anda orillando las ganas. Recordar para empezar que soy lo que soy gracias a los que han crecido conmigo, a los que han bendecido mis silencios, a los que han coleccionado mis letanías, a los que han compilado mis torpezas, a los que han buscado mis ratos y mis acogidas, a los que han hecho caso omiso de mis soberbias, a los que han compartido un paleteo, una cannabis apurada y culpable, a los que me han hecho cómplice de sus tristezas, a los que han vuelto con la misma esperanza, a los que han dado con una segunda voz, a los que aún siguen trepando el mismo río, a los que, otra vez, aburro hasta más no poder, a los que ni se inmutaron cuando alguna vez se me pasó la mano, a los que aún en la mitad de una desilusión han sabido poner la otra mejilla.
Esta vez durante largos segundos y breves horas sentí que me estaba quedando solo, huelga decir que el desamparo es un cuchillo sin rumbo, sordo y mudo, que va y viene como una muerte indolente y mordaz. Al mundo nada le importa, pero a mi la vida no me tuerce ni me muerde, porque para reparar el paso mal andado están los que han masticado la misma piedra de mierda conmigo, mis amigos personales: Matías, Kike, Jorge, Eugenio, Sergio, Eduardo y Mauricio.
Gracias en nombre de la memoria.
miércoles, julio 27, 2005
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2 comentarios:
Felicitaciones, están re buenos los escritos y los poemas.
Bkn que tengas tu sitio.
Saludos!
De pasada te robé una frase del discurso de los Bufalos Awards para ponerlo como nick en msn.
Después me demandas.
Jojojo
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