martes, julio 14, 2009

Discurso apertura Bufalos Aguards 1999

Alguna vez escuché por ahí, quién sabe dónde, por boca de alguien, que la mirada de una vaca a un tren es el reflejo exacto de la mirada de un gato a una cerveza vacía. Como podemos colegiar, se trata de dos acontecimientos verdaderamente introspectivos. En ellos encontramos esa casi extinta instancia de recogimiento y abstracción. Quién no ha tenido la misma mirada vacía ante un Magritte o el primer capítulo del Ulises de Joyce. El gato mira la cerveza, y deja la madeja. La vaca mira el tren y deja de pastar. El hombre mira un Magritte y deja de pensar. Es decir, Ícaro tenía razón, para volar hacen falta alas. Qué extraña conclusión dirán ustedes, pues sí, es extraña, es más, pareciera no tener asidero, pareciera ser sólo una mugre en la pared. Sin embargo no es así. Esta extrapolación nace de un viaje infinitamente más espectacular que la circunvalación de Gagarin. La mente, estimulada por un acontecimiento exterior, se perpetúa en el imago de la fascinación, abre insospechadas ventanas para nutrirse de un espectáculo que mantiene absorto el cuerpo. Nada podrá detener este viaje. La ruta que ha tomado esta mente estimulada tiene como corolario sólo un final: El encuentro. El encuentro con un alter ego imprescindible, esto es, el reflejo del alma. La comunión inequívoca que nos permite construir un universo áureo. Es así como somos catapultados hacia esa instancia final de recogimiento. La vaca mira el tren y maravillada del espectáculo adopta esa mirada ida, abstracta e insondable. Vive un momento de absoluta realidad y comunión. ¿No eso acaso lo que sentimos, cada uno de nosotros, en tanto Búfalos Mojados, cada vez que recreamos este espacio lúdico y reconfortante? Sí, amigos, no somos más que vacas mirando el tren, regocijadas ante tan inmenso paraíso. Ahora bien, hay algunos más vacas que otros, o lo que es peor algunos sólo se conforman con mirar el tren: Huelga decir entonces, que como el abyecto sendero de la haronía sólo induce al egoísmo y a la atrofia muscular, no me queda más remedio, y con el único afán de dar un golpe de timón atrevido pero oportuno, que exhortarlos a erguir con entusiasmo la bandera de la audacia, y en un acto de inteligencia temporal darle al gallo nuestro más bullicioso aliento, más que mal en vez de mirar los trenes, ahí anda pecho al viento tirando por doquier.
Muchas gracias.